ORGE ABBONDANZA
Las artesanías no suelen estar presentes en el circuito montevideano de exposiciones, pero en estos días han vuelto a esa vidriera artística y merecen algunas consideraciones sobre la situación actual de esa actividad artística.
En las salas de la Dirección de Cultura que el MEC mantiene en San José 1116, se abrió una muestra de Fábricas de Cultura. Ese título alude a talleres de artesanía que funcionan en Montevideo y trece departamentos del interior dentro de los géneros más variados, desde cerámica, textiles, vestimenta y guasquería, hasta juguetes, orfebrería, muebles, títeres y marroquinería. El rasgo distintivo de ese muestrario es el esmero en la realización de las piezas, dato que revela el buen adiestramiento de los artesanos y habilita a sus productos a afrontar con decoro el compromiso de una exposición con auspicio oficial.
Lo que les está faltando a esos talleristas no es algo de orden técnico sino estético, porque otro denominador común del material exhibido es la precariedad del diseño junto a la escasez de ideas formales, el tímido manejo del color o la poca educación del gusto de acuerdo a la evolución de la línea expresiva y de los estilos imperantes en el mundo de hoy. Hay carencias visibles en esos aspectos, lo cual permite sugerir que el Ministerio de Cultura -patrocinador de esta iniciativa divulgadora- debería emprender una vasta y urgente campaña sensibilizadora de la gente de esos centros de producción, de modo que descubran lo que está más allá de la solvencia con que resuelven su manufactura y del dominio básico de un oficio, que son los respaldos con que se manejan por el momento.
Esa muestra colectiva tiene su involuntario reverso en los espacios de La Pasionaria, un pequeño centro de exposiciones y venta de objetos ubicado en Reconquista 587. Instalado en una antigua casa de dos plantas prolijamente restaurada, dispone de una cafetería, una librería y un local de ropa, junto a una tienda que bordea la entrada donde se ofrece una encantadora selección de artesanías, cuya nota general es un refinamiento nada ajeno al humor o al ingenio creador. Los empeñosos expositores del MEC deberían echar algunos vistazos a lo que ofrecen estos colegas en la planta baja de La Pasionaria, o a los graciosos muñecos que se exhiben en el primer piso, para que esa visita les sirva de estímulo y les facilite algunos índices comparativos.
Pero además, en la planta alta de la calle Reconquista está la sala frontal, donde se realizan muestras temporarias. En esas paredes cuelgan hasta fines de mayo las obras recientes firmadas por el equipo que integran Alejandra del Castillo y Alicia Ubilla. Se trata de propuestas risueñas elaboradas en pequeño formato, donde el dúo de artistas se maneja con una notable economía de medios. Se limitan a colocar unos pocos objetos dentro de los marcos, surcados por algunas líneas de texto que atraviesan cada obra, prolongándose sobre el muro. Las propuestas tienen una deliciosa sencillez, remiten a algunos cuentos de Felisberto Hernández y son dignas ilustradoras de la imponderable ironía de su prosa.
Porque las ocurrencias de Alejandra y Alicia bromean sobre la utilidad de un guante de mujer, las sombras proyectadas por una copa de cristal, una hilera incompleta de cubiertos de mesa, lo que oculta un velo nupcial o las gotas que se desprenden de unas nubes. Lo notable es la levedad con que expresan cada idea, el diálogo apenas burlón entre imágenes y palabras, desembocando en el discurso mordaz que enhebran a través de todas ellas. Quien recuerde por ejemplo la etapa en que Del Castillo realizaba sus obritas en torno a una pluma y a su sombra sobre el soporte, sabrá que las delicadezas con que hoy se maneja junto a Ubilla tiene estupendos antecedentes. Vale la pena detenerse en lo que ambas han llevado a La Pasionaria, una propuesta que dejaría a Felisberto muy complacido.
El País Digital
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