HORACIO A. ROSETE BRIGNOLE
Dr. Horacio A. Rosete Brignole
domingo, 8 de mayo de 2011
La obra de un artista medular en el arte uruguayo más reciente
JORGE ABBONDANZA
El viernes 13 se inaugurará una muestra de pintura de Javier Bassi en el Museo Nacional de Artes Visuales. Bajo el título de "In/visibilidad", el artista presentará sus obras más recientes.
Pocos pintores uruguayos de los últimos tiempos alcanzan la intensidad que emana del trabajo de Bassi. Se trata de una fuerza que crece lentamente a medida que se la observa y que se ha vuelto más despojada con el paso del tiempo. Eso es lo que domina esta nueva muestra, a través de piezas de gran formato, donde el empleo del negro tiene una presencia imponente. Sobre ese fondo, unas pocas frases en blanco son el sedimento que el artista deposita para que el visitante pueda atraparlo a través de la detenida contemplación que piden esas obras, hasta encontrarse con el impulso profundo que las mueve.
Puede afirmarse que el atrevimiento es uno de los motores de la actividad artística. Al enfrentar la tela, el pintor se atreve a dar un salto al vacío persiguiendo la imagen que solo existirá por su mediación. Partir de cero no es asunto fácil cuando se busca esa aparición, pero tampoco lo es cuando el escritor organiza las palabras para que nazca una idea a través de la nueva frase, o cuando el músico mide las notas hasta tender el hilo sonoro que es otro alumbramiento. Todos ellos se atreven, lo cual implica un riesgo, un esfuerzo, una capacidad y una determinación, que se combinan para entrar en funcionamiento a través de la combustión inseparable del acto creador. Ni siquiera el propio artista puede prever el resultado, que depende en principio de su sensibilidad y su trabajo, pero asimismo del toque azaroso que deriva de otras cosas: el grado de serenidad o perturbación del momento elegido, el apremio con que una idea puede invadir al ejecutante, el nivel de emoción o de entusiasmo que impulsa su mano. Todo eso se cruza en el camino del atrevimiento y modifica el resultado de la tarea, de la misma forma en que un encuentro casual o un golpe de viento alteran el estado de ánimo de quien recorre el mundo.
ANTES. Bassi reconoce que su labor artística comienza con la búsqueda de una imagen, que no siempre es un itinerario claro, breve ni lineal. Reconoce también que a partir del encuentro con esa imagen puede abrirse un proceso de elaboración gradual, aunque a veces la imagen escapa, perdiéndose en dos minutos, quizá porque se dejó atrás el punto en que la obra se acerca a su expresión ideal. Ocurre lo mismo en la alfarería, porque la presión de los dedos sobre la forma torneada también llega de pronto a una plenitud, que se perderá si el trabajo no se detiene allí. Con el pintor frente a la imagen se atraviesan esas etapas, donde un efecto surge o desaparece sobre la marcha, sin que la voluntad pueda a veces atraparlo.
Ese flujo es imponderable, pero resulta sin embargo decisivo en un lenguaje como el que frecuenta Bassi, cuyo contacto con la imagen en formación puede ser un encuentro fugitivo, cada vez más impredecible a medida que su producción avanza hacia una depuración tan tenaz, lo cual -según señala- es un método personal que no funciona a través de lo que agrega sino de lo que sustrae. A partir de la enorme superficie negra, las líneas blancas son una emanación que el artista irá reduciendo hasta que la imagen fragua, como si debiera contraerse o diluirse para flotar debidamente sobre ese fondo. El secreto de esa navegación responde a una medida impalpable, una regla de cálculo dictada por la intuición, pero también es el acto de una magia expresiva difícil de rastrear, que determinará la onda de seducción y hasta la intensidad de la obra.
Lo notable es que no desenvuelve del todo lo que presenta, imponiendo al resultado un velo de misterio que actúa de dos maneras sobre el observador. Por un lado parece detener la exploración visual, como si solo permitiera avanzar un trecho por el camino que deja a la mirada internarse en lo que ve, y por otro lado induce irresistiblemente a seguir viajando por el mar negro, tal vez porque el atractivo que ejerce es más poderoso que la conciencia de que no podrá desentrañarse por completo. La huella blanca que invade el negro tiene un dramatismo vinculado al choque de ambos colores, porque también crea una tensión que solamente puede mantenerse cuando se juega así con los dos extremos de la escala. Por eso consigue entablar ese combate entre lo impenetrable y lo revelador, una encrucijada que puede ser fascinadora cuando depende del pulso de un artista como él, que se adelanta o retrocede con sus pistas sin permitir que decaiga el hechizo del contemplador.
El acuerdo entre temperamento creador y la manera en que se actúa sobre la tela
Todo se rige por una clave más lejana que la obra misma, porque Bassi es un individuo de austeridad idéntica a la de su pintura, que en su conducta se manifiesta solo en parte, guardando zonas en reserva que sombrean su carácter y obligan a adivinar lo que no está declarado. Y entonces en algún sentido también él funciona en blanco y negro, aunque ese distanciamiento no empañe su cordialidad. Simplemente le otorga un perfil severo que se confunde con la sobriedad de lo que hace, trazando una identificación entre el autor y la obra que opera como un espejo cuya fidelidad vitaliza igualmente ambas estampas, la real y la proyectada. El hombre lacónico, que cuando habla lo hace con una expresividad concentrada, se mira en unos trabajos de la misma índole, que a simple vista parecen cerrarse ante los demás pero luego abren rendijas a medida que se los observa, hasta adquirir un trasluz parecido al de la penumbra, que embellece la realidad porque no la descubre del todo.
Esa unidad demuestra que la hermosura casi desolada de la obra de Bassi no es un hecho puramente estético, sino que proviene del acuerdo entre un temperamento creador y la manera en que se desdobla al actuar sobre la tela. Pero provoca además un efecto extraordinario, el de arrastrar a quien la contempla, obligándolo a emprender el mismo recorrido inicial que hizo el pintor en busca de la imagen. Quizás eso se produzca por la resistencia que en un comienzo plantean sus propuestas a la mirada del intruso, o debido a la membrana un poco enigmática que persiste cuando ya se han salvado las primeras vallas. En cualquier caso, el resultado confirma el sello cautivador de la pintura cuando la abastece una larga reflexión y transparenta la intimidad de los sentidos que la mueven por dentro.
La carga de energía que es capaz de desplegar esa pintura, corre por ejemplo a través de la doble malla que cuadricula una de las obras (como si duplicara la protección de un contenido), reaparece con la figura espectral que se levanta en otra (igual que el ectoplasma materializado ante un estado de trance), vuelve con las tres rectas blancas que parecen abrir la boca de un escenario (redoblando la profundidad del negro que las envuelve), recrudece con la erupción que estalla en la única pieza de fondo blanco (como un inesperado reverso en negativo de todo el resto), o acompaña la línea solitaria que avanza desde un borde y se quiebra de pronto en una caída vertical, que pesa como si mutilara el trazo.
Solitario y callado igual que un cartujo, Bassi adquiere una estatura medular en el arte uruguayo de los últimos tiempos, sostenido por el rigor de su tarea. Rara vez la maestría comparece con tan pocos halagos y tanta exigencia, confiada apenas en la seca belleza de sus gestos y en la huella dactilar que impone su despojamiento.
A los 46 años: de Montevideo a París y a Nueva York
Nacido en Montevideo en 1964, Bassi estudió dibujo y pintura (con Pierre Fossey y Pepe Montes) mientras cursaba los cinco años de la Facultad de Arquitectura. En 1993 viajó a México, Estados Unidos y Europa. Tres años después ganó el Premio Paul Cézanne que organiza la Embajada de Francia, trabajando en París en el Atelier Alraune. En 1998 estuvo un tiempo en Nueva York, donde produjo pinturas y objetos monumentales desde el taller de José Morales. Regresaría a esa ciudad en 2000 y 2004, al margen de lo cual participó en varios workshops (en Holanda, Francia, Ecuador, Estados Unidos y Uruguay). Aparte de la pintura, ha incursionado en grabado, dibujo, libros de artista, instalaciones, creación de objetos, intervenciones urbanas y escenografías. Expone individualmente con cierta frecuencia desde 1992, en Uruguay y el exterior. Recibió premios y distinciones, como un Primer Premio en la VI Muestra de Plásticos Jóvenes y un Gran Premio en el Salón del Centenario del Banco República.
El País Digital
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