HORACIO A. ROSETE BRIGNOLE
Dr. Horacio A. Rosete Brignole
domingo, 23 de enero de 2011
A las 15:45 del viernes, con un paso cansino, Charly García llegó al hotel boutique Casa Suaya, en José Ignacio, del brazo de su novia, y secundado por el resto de la banda. "Le bajó un poco la presión. Además no comió nada todavía", explicó el guitarrista de la banda, el negro Carlos García López, minutos después de presenciar como Charly se tambaleó para los costados antes de entrar al hotel.
Recién sobre las 17 horas Charly García bajó hasta el restaurante del hotel, Butiá, y pidió un menú "a lo Charly". Entrada de chipirones y envoltinis de berenjena con jamón, y de plato principal molleja, morcilla, ensalada y una porción de pizza. Para tomar, agua con gas y un refresco. Estuvo cerca de una hora en el restaurante, junto a su novia, Ilda Lizarazu y su manager.
Ya comido, a las 18 horas salió del restaurante y se dirigió a su habitación ya más repuesto, aunque con un caminar lento y del brazo de su novia. Ante la arenga de algunos presentes en el lugar, Charly respondió: "Esta noche la rompemos". Y se fue por una siesta reponedora.
A las 19 horas partió rumbo a Punta del Este, al estacionamiento del Conrad, para la prueba de sonido, previa al toque. En el camino se molestó por la cantidad de tráfico que les impidió llegar a destino más rápido.
En la prueba de sonido insistió con uno de los temas del último disco Kill Gil, No importa. Hizo repetir los acordes de esta canción más de 10 veces. Hubo elogios pero también rezongos para los integrantes de la banda durante toda la prueba de sonido. "¿Para qué ensayamos cuatro horas por día antes de venir acá? ¡Vamos chicos, vamos chicos!".
Detrás del escenario había un camarín exclusivo para Charly, con sándwiches, uvas, café, té y bebidas. La mujer del grupo, Ilda Lizarazu, tenía otro para ella y uno para la banda.
Durante la prueba de sonido, previo al toque, se vio un Charly García muy diferente al que horas antes caminaba por las instalaciones del hotel boutique Casa Suaya (ver documental). Dando saltos, giros y con movimientos de brazos enérgicos dirigió a la banda por más de una hora y fue quisquilloso hasta el más mínimo detalle.
Tiró indicaciones a cada segundo y para todos los integrantes de la banda; algunas hasta con algún rezongo. "Negro (al guitarrista Carlos García López), esa parte tocala como lo hacías antes, ¿ok?". "No, no, no. Alto, alto, los acordes así no, chicos. Vamos de nuevo", repitió de forma constante.
También teorizó sobre algunos acordes: "¿Podes bajar el bombo un poquito? Un toque. Está en Fa el bombo, si lo bajamos a Mi va a pegar más. Siempre es mejor el Mi que el Fa. Es una pequeña diferencia pero vas a ver cómo hace. Ahora suena para el orto y me tengo que matar", hablaba Charly, contento por estar sobre el escenario. Abajo, en el camarín, y antes de salir a escenario, su novia Mecha Iñigo ofició de estilista del músico. Además de pintarle las uñas de rojo y producirlo, estuvo atenta a cada detalle, acomodándole el saco, haciéndole el dobladillo del vaquero, como una madre con su hijo.
PUNTA DEL ESTE | SEBASTIÁN
AUYANET Y GASTÓN PÉRGOLA
De a poco, Charly parece ir volviendo a ser el Charly que se conoció durante muchos años, la sensación quedó clara en ese primer corte de manga que soltó con el último acorde de Cerca de la revolución, primera canción del concierto.
Esto no debe ser malinterpretado: pocas personalidades artísticas, mucho menos la de García, son unidimensionales. A lo largo de toda su carrera ha vivido en estado de permanente efervescencia creativa, polémica y apuntando a transgredir desde ángulos distintos, aunque siempre con irresistibles canciones de rock como motivo fundamental.
Pero entre el García de hace un año y el que el viernes pasado pisó de vuelta el escenario del Conrad hay algunas diferencias que, aunque sutiles, dejan entrever que concierto a concierto, esa cáscara protectora que parece recubrir a García y que se nota en su físico, en ciertos rituales definidos de sus presentaciones y en sus propias y muy contadas apariciones públicas, va cayéndose para dejar paso a un Charly más Charly.
Por supuesto que lo menos esperable es que vuelva a las musculosas, a los instrumentos grafitteados y a la tromba furiosa, errática, siempre al borde del desmadre en la que se convertía concierto a concierto. Pero de a poco, el hombre que volvió hace poco más de un año casi entre algodones va adquiriendo la autonomía que cualquiera está acostumbrado a verle.
De entrada se lo ve más suelto en el escenario, volviendo a viejas disciplinas como el lanzamiento de material a los asistentes de escenario para que los atrapen y reubiquen (antes lanzaba guitarras y otras piezas, ahora es el micrófono) o a intentar parar la jirafa donde se coloca el micrófono de un pisotón, algo que hizo que se diera un golpe en la cara sin mayores consecuencias, por supuesto con el subsiguiente vitoreo religioso de todos los presentes. "Gracias chetos. Yo no discrimino", dijo después del segundo golpe de gancho del concierto: Rock and roll (yo). Quedó claro desde esa segunda canción que su registro de voz, uno de los nuevos descubrimientos para cualquiera que sólo haya asistido a sus conciertos desde 2000 ya parece menos cascado que el del año pasado. Su cuerpo, de a poco y a pesar del llamativo aspecto rechoncho en sus mejillas, parece desentumecerse.
Como también se desentumece el humor de Charly, bastante más tímido el año pasado. Hay también chispazos de ironía: "yo soy un artista, yo tengo códigos, yo tengo una carrera de muchos años", repitió varias veces con esa sonrisa de filósofo ácido y a la vez niño que se le conoce desde siempre, imposible de resistir por el público mientras blandía una taza de café que tenía junto a su piano, único instrumento que tocó durante toda la noche. "¡Qué temazo!" se autoelogió en pleno estribillo de esa canción, registrada en el último disco realmente popular que editó, hace ya casi nueve años. Y hay incluso bromas entre canción y canción, como el "Pa-Panamericano" que descolocó al "Negro" Carlos García López y al bajista chileno Carlos González al final de Influencia, que hizo soltar una carcajada a ambos. También hubo algún que otro "regalo" para colegas: "Calle 13, ¿quiénes son?", tiró antes de regalar un "Io soy latino, ¿tu eres latino?" con la voz puertorriqueña impostada.
Con el propio García López -el guitar hero de la noche, al lado de un sobrio pero igualmente talentoso Kiuge Hayashida- tuvo más de un aparte, interrumpiendo sus punteos de primera guitarra con frecuencia para darle besos en el cachete o tocarle la cola. La buena onda entre los músicos es la de un grupo que se está divirtiendo, y ni siquiera Hilda Lizarazu (despegada apoyando con su voz en cada coro una vez más), ni siquiera tuvo que cantar tan preocupada del desempeño o de las salidas de Charly, algo que sí se había notado el verano pasado.
El escenario, entonces, era un espacio donde siete músicos ejecutaban al pie de la letra canciones que tenían a la voz de Charly por delante y encima, sin destaques. Ahora es casi lo mismo, pero convertido de verdad en una prolija y aceitada maquinita de "hits". Aquí está el "nuevo" secreto de Charly García en vivo: lo que él parece querer decir es que lo que importa son las canciones. Y en definitiva, eso es lo que acerca al público -sea el "cheto" del Conrad o el más citadino y enérgico de Buenos Aires- a pagar cada entrada. García tiene muchas canciones que resisten cualquier temblor, crisis u ostracismo. El personaje siempre importa, pero ya no más por sobre la música.
Pico del show. Mientras pasaron Fanky, Pasajera en trance y No toquen, en el escenario hubo siete artistas en permanente demostración de placer colectivo, regalándose sonrisas y gestos de aprobación. El pico del espectáculo, una vez más, estuvo en el tango moderno No soy un extraño, en el que la voz de Charly volvió a transmitir la carga de desidia que lleva consigo esa letra. Eso sí, aquí tampoco faltó chiste: "¡está hablando del faso!", gritó recordando al programa Peter Capusotto cuando llegó el verso "y siento un humo como familiar".
Tuve tu amor, vino luego, pero sobre todo Tu vicio ("qué lindos son los vicios ¿eh?", comentó en plena canción) y Me siento mucho mejor movieron a bailar más a mucha gente de la platea y las tribunas, más dedicada a filmar con sus celulares al artista, en una suerte de alegría turística, que a bailar sus canciones. Luego de autoproclamarse inventor del rap y de cantar el suyo, el de las hormigas, repitió el mantra del artista y la trayectoria, pero agregó: tengo novia, tengo amor… tengo que tocar para ustedes. Y me gusta". Imposible no pensar en aquello que hace un año le dijo a Hebe de Bonafini en una entrevista para la publicación de las Madres de Plaza de Mayo: "Yo no me quería morir". En Yo no quiero volverme tan loco, lo volvió a repetir: "Yo no me quiero morir en el mundo de hoy… ni mañana", dijo entre el beat apoyado con delicadeza por el ya histórico "Zorrito" Von Quintiero y la precisión del baterista Toño Silva.
El cierre tuvo espacio para No importa, del flamante disco Kill Gil, y para otros temas que en los años ochenta alimentaron ese concepto tan consumido aquí llamado "rock argentino": No llores por mí Argentina (de nuevo el momento Serú Girán de la noche) y un No voy en tren, aún más bailable que la versión original. El último regreso a escena remató el ambiente religioso que, a pesar de la particular reacción de un público en su mayoría invitado por el hotel, García siempre genera: Rezo por vos.
Pero hay mucho más que eso después de este concierto. Porque un García testimonial sin dar un buen espectáculo sería una fórmula con muy poca vida útil. Una de sus intenciones siempre fue llegar de la mejor manera posible a la gente, cosa que sabe hacer desde los años ochenta. Y si alguna vez supo contar desde su música e incluso desde su propio físico cómo es que todo puede estar perdido hoy el mensaje podría ser tan básico -y por qué no, tan verdadero- como el de que es posible aspirar a cierto grado de salvación, y en definitiva obtenerlo. El viernes hubo transmisión de felicidad, hubo música y hubo gloria, a pesar de esos innecesarios 25 minutos esperando unos bises que nunca llegaron. "Un día volverá a las fuentes", cantaba en Transas, una vieja canción en la que parecía hablar de sí mismo y que hoy, tal como lo dijo alguna vez, parece premonitoria de lo que pasa con él en este momento. Todo eso existe hoy en un Charly que -sin dejar de serlo- cada vez es más García.
El País digital
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